CARTA APOSTÓLICA DEL SUMO PONTÍFICE JUAN PABLO II
A LOS RESPONSABLES DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES
1. El rápido desarrollo de las tecnologías en el campo de los medios de
comunicación es seguramente uno de los signos del progreso de la sociedad
actual. Al contemplar estas novedades en continua evolución, se hace todavía más
actual cuanto se lee en el Decreto del Concilio Ecuménico Vaticano II
Inter
mirifica promulgado por mi predecesor, el siervo de Dios Pablo VI, el 4 de
diciembre de 1963: “Entre las maravillosas invenciones técnicas que, sobre todo
en nuestros tiempos, el ingenio humano ha extraído de las cosas creadas, con la
ayuda de Dios, la Madre Iglesia acoge y fomenta con peculiar solicitud aquellas
que más directamente atañen al espíritu del hombre y que han abierto nuevos
caminos para comunicar con más facilidad, noticias, ideas y doctrinas de todo
tipo”[1].
I. Un camino fecundo por la senda del Decreto Inter mirifica
2. Transcurridos más de cuarenta años desde la publicación de este
documento, se hace oportuno volver a reflexionar sobre los “desafíos” que las
comunicaciones sociales plantean a la Iglesia, la cual, como indicó Pablo VI,
“se sentiría culpable ante Dios si no utilizara estos medios tan poderosos”[2].
La Iglesia, de hecho, no está llamada solamente a usar los medios de
comunicación para difundir el Evangelio sino, sobre todo hoy más
que nunca, a integrar el mensaje de salvación en la “nueva cultura” que estos
poderosos medios crean y amplifican. La Iglesia advierte que el uso de las
técnicas y tecnologías de comunicación contemporáneas forman parte de su propia
misión en el tercer milenio.
Consciente de esta responsabilidad, la comunidad cristiana ha dado
pasos significativos en el uso de los medios de comunicación para la información
religiosa, para la evangelización y la catequesis, para la formación de los
agentes de pastoral en este sector y para la educación de una responsabilidad
madura en los usuarios y destinatarios de los diversos instrumentos de
comunicación.
3. En un mundo rico de potencialidad comunicativa como el nuestro, los
desafíos para la nueva evangelización son múltiples. Por ello, en la Carta
encíclica Redemptoris missio he querido subrayar, que el primer areópago
de los tiempos modernos es el mundo de la comunicación, capaz de unificar
a la humanidad convirtiéndola, como se suele decir, en “una aldea global”. Los
medios de comunicación social han alcanzado tal importancia que para muchos
constituyen el principal instrumento de guía y de inspiración en su
comportamiento individual, familiar y social. Se trata de un problema complejo,
puesto que tal cultura, aún antes que por “los contenidos”, nace por el hecho de
que existen nuevos modos de comunicar con técnicas y lenguajes inéditos.
Vivimos en una época de comunicación global, en la que muchos
momentos de la existencia humana se articulan a través de procesos mediáticos, o
por lo menos, con ellos se deben confrontar. Me limito a recordar la formación
de la personalidad y de la conciencia, la interpretación y la estructuración de
lazos afectivos, la articulación de las fases educativa y formativa, la
elaboración y la difusión de fenómenos culturales, el desarrollo de la vida
social, política y económica.
Dentro de una visión orgánica y correcta del desarrollo del ser humano,
los medios de comunicación pueden y deben promover la justicia y la solidaridad,
refiriendo con verdad y cuidado los acontecimientos, analizando en modo completo
las situaciones y los problemas, y dando voz a las diversas opiniones. Los
criterios supremos de verdad y de justicia, en el ejercicio maduro de la
libertad y de la responsabilidad, constituyen el horizonte donde situar una
auténtica deontología en el aprovechamiento de los modernos y potentes medios de
comunicación social.
II. Discernimiento evangélico y compromiso misionero
4. También el mundo de los medios de comunicación tiene necesidad de la
redención de Cristo. Para analizar, con los ojos de la fe, los procesos y el
valor de las comunicaciones sociales puede ser de indudable utilidad el
profundizar en la Sagrada Escritura, la cual se presenta como un “gran código”
de comunicación de un mensaje no efímero ni ocasional, sino fundamental por su
valor salvífico.
La historia de la salvación narra y documenta la comunicación de Dios
con el hombre, comunicación que utiliza todas las formas y modalidades del
comunicar. El ser humano ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, para
acoger la revelación divina y para entablar un diálogo de amor con Él. A causa
del pecado, esta capacidad de diálogo, ya sea personal o social, ha sido
alterada, y los hombres han hecho y continúan haciendo la amarga experiencia de
la incomprensión y de la lejanía. Sin embargo, Dios no los ha abandonado y les
ha mandado a su propio Hijo (cf. Mc 12, 1‑11). En el Verbo hecho carne el
evento comunicativo asume su máxima dimensión salvífica: se ha dado así al
hombre, por el Espíritu Santo, la capacidad de recibir la salvación y de
anunciarla y testimoniarla a sus hermanos.
5. La comunicación entre Dios y la humanidad ha alcanzado por tanto su
perfección con el Verbo hecho carne. El acto de amor a través del cual Dios se
revela, unido a la respuesta de fe de la humanidad, genera un fecundo diálogo.
Precisamente por esto, al hacer nuestra, en cierto modo, la petición de los
discípulos “enséñanos a orar” (Lc 11, 1), podemos pedir al Señor
que nos ayude a entender cómo comunicar con Dios y con los hombres a través de
los maravillosos instrumentos de la comunicación social. Reorientados en la
perspectiva de tal comunicación última y decisiva, los medios de comunicación
social se revelan como una oportunidad providencial para llegar a los hombres de
cualquier latitud, superando las barreras del tiempo, del espacio y de la
lengua, formulando en las más diversas modalidades los contenidos de la fe, y
ofreciendo a quien busca puertos seguros que faciliten un diálogo con el
misterio de Dios revelado plenamente en Jesucristo.
El Verbo encarnado nos ha dado ejemplo de cómo comunicarse con el Padre
y con los hombres, ya sea viviendo momentos de silencio y de recogimiento, ya
sea predicando en cualquier lugar y con diversos lenguajes. Él explica las
Escrituras, se expresa en parábolas, dialoga en la intimidad de las casas, habla
en las plazas, en las calles, a las orillas del lago, desde las cimas de los
montes. El encuentro personal con Él no deja indiferente sino que estimula a
imitarlo: “Lo que yo os digo en la oscuridad, decidlo vosotros a la luz; y lo
que oís al oído, proclamadlo desde los terrados” (Mt 10, 27).
Hay después un momento culminante en el que la comunicación se hace
comunión plena: es el encuentro eucarístico reconociendo a Jesús en la “fracción
del pan” (cf. Lc 24, 30‑31).
6. Gracias a la Redención, la capacidad comunicativa de los creyentes se ha
sanado y renovado. El encuentro con Cristo los hace criaturas nuevas, les
permite entrar a formar parte de aquel pueblo que Él se ha conquistado con su
sangre muriendo en la Cruz, y los introduce en la vida íntima de la Trinidad que
es comunicación continua y circular de amor perfecto e infinito entre el Padre,
el Hijo y el Espíritu Santo.
La comunicación penetra las dimensiones esenciales de la Iglesia,
llamada a anunciar a todos el gozoso mensaje de salvación. Por esto, asume las
oportunidades que le ofrecen los medios de comunicación social como vías puestas
providencialmente por Dios en nuestros días para acrecentar la comunión y hacer
más incisivo el anuncio[3].
Los medios de comunicación permiten manifestar el carácter universal del Pueblo
de Dios favoreciendo un intercambio más intenso e inmediato entre las Iglesias
locales, y alimentando el conocimiento recíproco y la mutua colaboración.
Demos gracias a Dios por la existencia de estos medios poderosos que,
si los creyentes usan con el genio de la fe y con docilidad a la luz del
Espíritu Santo, pueden facilitar la difusión del Evangelio y hacer más eficaces
los vínculos de comunión entre las comunidades eclesiales.
III. Cambio de mentalidad y renovación pastoral
7. En los medios de comunicación la Iglesia encuentra un excelente apoyo
para difundir el Evangelio y los valores religiosos, para promover el diálogo y
la cooperación ecuménica e interreligiosa, así como para defender los sólidos
principios que son indispensables en la construcción de una sociedad respetuosa
con la dignidad de la persona humana y del bien común. La Iglesia los utiliza
también para difundir informaciones sobre ella misma y para ampliar los confines
de la evangelización, de la catequesis y de la formación, considerando su uso
como una respuesta al mandato del Señor: “Id por todo el mundo y proclamad la
Buena Nueva a toda la creación” (Mc 16, 15).
Misión ciertamente no fácil en nuestra época, en la que se está
difundiendo la convicción de que el tiempo de las certezas ha pasado
irremediablemente: para muchos el hombre debería aprender a vivir en un
horizonte de total ausencia de sentido, mostrando lo provisorio y lo fugaz[4].
En este contexto, los instrumentos de comunicación pueden ser usados “para
proclamar el Evangelio o para reducirlo al silencio en los corazones de los
hombres”[5].
Esto representa un serio desafío para los creyentes, sobre todo para los padres,
familias y para cuantos son responsables de la formación de la infancia y de la
juventud. Con prudencia y sabiduría pastoral se debe alentar en las comunidades
eclesiales a cuantos tienen dotes específicas para trabajar en el mundo de los
medios de comunicación, de manera que lleguen a ser profesionales capaces de
dialogar con el vasto mundo mediático.
8. Valorizar los medios de comunicación no es sólo tarea de los
“entendidos” del sector, sino también de toda la comunidad eclesial. Si, como ya
se ha mencionado, las comunicaciones sociales comprenden diversos ámbitos de
expresión de la fe, los cristianos deberán tener en cuenta la cultura mediática
en la que viven: desde la liturgia, suprema y fundamental expresión de la comunicación con Dios y con los hombres,
hasta la catequesis, que no puede prescindir del hecho de dirigirse a sujetos
influenciados por el lenguaje y la cultura contemporáneos.
El fenómeno actual de las comunicaciones sociales estimula a la Iglesia hacia
una especie de revisión pastoral y cultural que le haga capaz de afrontar, de
manera adecuada, el cambio de época que estamos viviendo. Son los Pastores,
sobre todo, quienes deben hacerse intérpretes de esta exigencia: es importante
preocuparse de que la propuesta del Evangelio se haga de modo incisivo y
promueva su escucha y acogida[6].
Una especial responsabilidad en este campo está reservada a las personas
consagradas quienes, desde su propio carisma, adquieren un compromiso en el
ámbito de las comunicaciones sociales. Formadas espiritual y profesionalmente,
las personas consagradas “presten de buen grado sus servicios, según las
oportunidades pastorales […] para que se eviten, de una parte, los daños provocados por un uso adulterado de
los medios y de otra, se promueva una mejor calidad de las transmisiones, con
mensajes respetuosos de la ley moral y ricos en valores humanos y cristianos.”[7].
9. Es por ello que, en consideración de la importancia de los medios de
comunicación, hace quince años juzgué insuficiente dejarlos a la iniciativa
individual o de grupos pequeños, y sugerí que se insertaran con evidencia en la
programación pastoral[8].
Las nuevas tecnologías, en especial, crean nuevas oportunidades para una
comunicación entendida como servicio al gobierno pastoral y a la organización de
las diversas tareas de la comunidad cristiana. Se piense, por ejemplo, cómo
Internet no sólo proporciona recursos para una mayor información, sino que
también habitúa a las personas a una comunicación interactiva[9].
Muchos cristianos ya están utilizando este nuevo instrumento de modo creativo,
explorando las potencialidades para la evangelización, para la educación, para
la comunicación interna, para la administración y el gobierno. Junto a Internet
se van utilizando otros nuevos medios y verificando nuevas formas de potenciar
los instrumentos tradicionales. Periódicos y revistas, publicaciones varias,
televisión y radio católicas siguen siendo indispensables dentro del panorama
completo de la comunicación eclesial.
Los contenidos –que, naturalmente, se deberán adaptar a las necesidades de los
diferentes grupos–, tendrán siempre por objeto hacer conscientes a las personas
de la dimensión ética y moral de la información[10].
Del mismo modo, es importante garantizar la formación y la atención pastoral a
los profesionales de la comunicación. Con frecuencia estas personas se
encuentran bajo presiones particulares y dilemas éticos que emergen durante el
trabajo cotidiano; muchos de ellos “están sinceramente deseosos de saber y de
practicar lo que es justo en el campo ético y moral” y esperan de la Iglesia
orientación y apoyo[11].
IV. Los medios de comunicación, encrucijada de las grandes
cuestiones sociales
10. La Iglesia, que es maestra de humanidad en virtud del mensaje de
salvación confiado por su Señor, siente el deber de dar su propia contribución
en aras de una mejor comprensión de las perspectivas y de las responsabilidades
que conlleva el actual desarrollo de las comunicaciones sociales. Precisamente
porque influyen sobre la conciencia de los individuos, conforman su mentalidad y
determinan su visión de las cosas, se hace preciso insistir, en modo claro y
determinante, en que los medios de comunicación social constituyen un patrimonio
que se debe tutelar y promover. Es necesario que también las comunicaciones
sociales sean englobadas en un cuadro de derechos y deberes orgánicamente
estructurados, ya sea desde el punto de vista de la formación y responsabilidad
ética, cuanto en referencia a las leyes y a las competencias institucionales.
El positivo desarrollo de los medios de comunicación al servicio del bien común
es una responsabilidad de todos y cada uno[12].
Debido a los fuertes vínculos que los medios de comunicación tienen con la
economía, la política y la cultura, se hace preciso un sistema de gestión que
pueda salvaguardar la centralidad y la dignidad de la persona, la primacía de la
familia, célula fundamental de la sociedad, y la correcta relación entre las
diversas instancias.
11. Se imponen algunas decisiones que pueden sintetizarse en tres opciones
fundamentales: formación, participación, diálogo.
En primer lugar, es necesaria una vasta tarea formativa para hacer
que los medios de comunicación sean conocidos y usados de manera consciente y
apropiada. Los nuevos lenguajes introducidos por ellos modifican los procesos de
aprendizaje y la cualidad de las relaciones interpersonales, por lo cual, sin
una adecuada formación se corre el riesgo de que los medios de comunicación, en
lugar de estar al servicio de las personas, lleguen a instrumentalizarlas y
condicionarlas gravemente. Esto vale, en modo particular, para los jóvenes que
manifiestan una propensión natural a las innovaciones tecnológicas y que, por
esto mismo, tienen una mayor necesidad de ser educados en el uso responsable y
crítico de los medios de comunicación.
En segundo lugar, quisiera dirigir la atención sobre el acceso a los
medios de comunicación y sobre la participación corresponsable en su gestión. Si las comunicaciones sociales son un bien destinado a toda
la humanidad, se deben encontrar formas siempre actualizadas para garantizar una
mayor participación en su gestión, incluso por medio de medidas legislativas
oportunas. Es necesario hacer crecer esta cultura de la corresponsabilidad.
Por último, no se deben olvidar las grandes potencialidades que los medios de
comunicación tienen para favorecer el diálogo, convirtiéndose en
vehículos de conocimiento recíproco, de solidaridad y de paz. Dichos medios
constituyen un poderoso recurso positivo si se ponen al servicio de la
comprensión entre los pueblos y, en cambio, son un “arma” destructiva si se usan
para alimentar injusticias y conflictos. De manera profética, mi predecesor, el
beato Juan XXIII, en la Encíclica
Pacem in terris, ya había puesto en
guardia a la humanidad acerca de tales riesgos potenciales[13].
12. Suscita un gran interés la reflexión sobre la participación “de la
opinión pública en la Iglesia” y “de la Iglesia en la opinión pública”. Mi
predecesor Pío XII, de feliz memoria, al encontrarse con los editores de
periódicos católicos les decía que algo faltaría en la vida de la Iglesia si no
existiese la opinión pública. Este mismo concepto ha sido confirmado en otras
circunstancias[14],
y el código de derecho canónico, bajo determinadas condiciones, reconoce el
derecho a expresar la propia opinión[15].
Si es cierto que las verdades de fe no están abiertas a interpretaciones
arbitrarias y el respeto por los derechos de los otros crea límites intrínsecos
a la expresión de las propias valoraciones, no es menos cierto que en otros
campos, existe entre los católicos un espacio para el intercambio de opiniones,
en diálogo respetuoso con la justicia y la prudencia.
Tanto la comunicación en el seno de la comunidad eclesial, como la de Iglesia
con el mundo, exigen transparencia y un modo nuevo de afrontar las cuestiones
ligadas al universo de los medios de comunicación. Tal comunicación debe tender
a un diálogo constructivo para promover entre la comunidad cristiana una opinión
pública rectamente informada y capaz de discernir. La Iglesia tiene la necesidad
y el derecho de dar a conocer las propias actividades, al igual que hacen otras
instituciones o grupos, pero al mismo tiempo, cuando sea necesario, debe poder
garantizar una adecuada reserva, sin que ello perjudique una comunicación
puntual y suficiente de los hechos eclesiales. Es éste uno de los campos donde
se requiere mayormente la colaboración entre fieles laicos y pastores, ya que,
como subraya oportunamente el Concilio, “de este trato familiar entre los laicos y pastores se esperan muchos bienes para
la Iglesia: así se robustece en los seglares el sentido de su propia
responsabilidad, se fomenta el entusiasmo y se asocian con mayor facilidad las
fuerzas de los fieles a la obra de los pastores. Estos últimos, ayudados por la
experiencia de los laicos, pueden juzgar con mayor precisión y aptitud tanto los
asuntos espirituales como los temporales, de suerte que la Iglesia entera,
fortalecida por todos sus miembros, pueda cumplir con mayor eficacia su misión
en favor de la vida del mundo”[16].
V. Comunicar con la fuerza del Espíritu Santo
13. El gran reto para los creyentes y para las personas de buena voluntad en
nuestro tiempo es el de mantener una comunicación verdadera y libre, que
contribuya a consolidar el progreso integral del mundo. A todos se les pide el
saber cultivar un atento discernimiento y una constante vigilancia, madurando
una sana capacidad crítica ante la fuerza persuasiva de los medios de
comunicación.
También en este campo los creyentes en Cristo saben que pueden contar con la
ayuda del Espíritu Santo. Ayuda aún más necesaria si se considera cuán grandes
pueden ser las dificultades intrínsecas de la comunicación a causa de las
ideologías, del deseo de ganancia y de poder, de las rivalidades y de los
conflictos entre individuos y grupos, como también a causa de la fragilidad
humana y de los males sociales. Las modernas tecnologías hacen crecer en modo
impresionante la velocidad, la cantidad y el alcance de la comunicación, pero no
favorecen del mismo modo el frágil intercambio entre mente y mente, entre
corazón y corazón, que hoy día debe caracterizar toda comunicación al servicio
de la solidaridad y del amor.
En la historia de la salvación Cristo se nos ha presentado como “comunicador”
del Padre: “Dios ... en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del
Hijo” (Heb 1,2). Él, Palabra eterna hecha carne, al comunicarse,
manifiesta siempre respeto hacia aquellos que le escuchan, les enseña a
comprender su situación y sus necesidades, impulsa a la compasión por su
sufrimiento y a la firme resolución de decirles lo que tienen necesidad de
escuchar, sin imposiciones ni compromisos, engaño o manipulación. Jesús enseña
que la comunicación es un acto moral “El hombre bueno, del buen tesoro saca
cosas buenas y el hombre malo, del tesoro malo saca cosas malas. Os digo que de
toda palabra ociosa que hablen los hombres darán cuenta en el día del Juicio.
Porque por tus palabras serás declarado justo y por tus palabras serás
condenado” (Mt 12, 35-37).
14. El apóstol Pablo ofrece un claro mensaje para cuantos están comprometidos
en el ámbito de la comunicación social –políticos, comunicadores profesionales, espectadores–: “Por tanto, desechando la mentira, hablad con verdad cada cual con su
prójimo, pues somos miembros los unos de los otros. […]No salga de
vuestra boca palabra dañosa, sino la que sea conveniente para edificar según la
necesidad y hacer el bien a los que os escuchen” (Ef 4, 25.29).
A los operadores de la comunicación y, en especial a los creyentes que trabajan
en este importante ámbito de la sociedad, renuevo la invitación que desde el
inicio de mi ministerio de Pastor de la Iglesia universal he querido lanzar al
mundo entero: “¡No tengáis miedo!”.
¡No tengáis miedo a las nuevas tecnologías!, ya que están “entre las cosas
maravillosas” –“Inter mirifica”– que Dios ha puesto a nuestra disposición
para descubrir, usar, dar a conocer la verdad, incluso la verdad sobre nuestra
dignidad y nuestro destino de hijos suyos, herederos del Reino eterno.
¡No tengáis miedo a la oposición del mundo! Jesús nos ha asegurado “Yo he
vencido al mundo” (Jn 16,33).
¡No tengáis miedo a vuestra debilidad y a vuestra incapacidad! El divino Maestro
ha dicho: “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt
28,20). Comunicad el mensaje de esperanza, de gracia y de amor de Cristo,
manteniendo siempre viva, en este mundo que pasa, la perspectiva eterna del
cielo, perspectiva que ningún medio de comunicación podrá nunca alcanzar
directamente: “Lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre
llegó, lo que Dios preparó para los que le aman. ” (1Cor 2, 9).
A María, que nos ha dado el Verbo de la vida y ha conservado en el corazón sus
inmortales palabras, encomiendo el camino de la Iglesia en el mundo de hoy. Que
la Virgen Santa nos ayude a comunicar por todos los medios, la belleza y la
alegría de la vida en Cristo nuestro Salvador.
¡A todos imparto mi Bendición!
Dado en el Vaticano, el 24 de enero de 2005, memoria de san Francisco de Sales,
patrono de los periodistas.
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ORACION POR LAS VOCACIONES
Dios, Padre y Pastor
de todos los hombres,
Tú quieres que no falten hoy día,
hombres y mujeres de fe,
que consagren sus vidas
al servicio del evangelio
y al cuidado de la Iglesia.
Haz que tu Espíritu Santo
ilumine los corazones,
y fortalezca las voluntades de tus fieles,
para que, acogiendo tu llamado,
lleguen a ser los Sacerdotes y Diáconos,
Religiosos, Religiosas y Consagrados
que tu Pueblo necesita.
La cosecha es abundante, y los operarios pocos.
Envía, Señor, operarios a tu mies.
Amén |
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Oración por los sacerdotes
Autor: Padre Santiago Alberione
Jesús, Sacerdote eterno,
guarda a estos ciervos tuyos,
en el recinto Santo de tu Corazón,
donde nadie pueda hacerles daño alguno;
Guarda inmaculadas sus manos consagradas
que a diario tocan tu Sagrado Cuerpo;
guarda sin mancha esos corazones sellados
con el sublime carácter del Sacerdocio;
Haz que tu Santo amor los envuelva
y separe del contacto del mundo.
Bendice sus trabajos, con frutos abundantes,
y sean las almas por ellos dirigidas y administradas,
su consuelo y gozo aquí en la tierra
y después su hermosa corona en el cielo.
Amén |
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Oración por los jovenes.
Autor: Lorenzo González Kipper
¡Padre Santo! te pedimos por los jóvenes,
que son la esperanza del mundo.
no te pedimos que los saques de la corrupción
sino que los preserves de ella.
¡Padre! No permitas que se dejen llevar
por ideologías mezquinas.
que descubran que lo más importante
no es ser más, tener más, poder más,
sino servir más a los demás.
¡ Padre! Enséñales la verdad que libera,
que rompe las cadenas de la injusticia,
que hace hombres y forja santos.
Por en cada uno de ellos, un corazón universal
que hable el mismo idioma,
que no vea el color de la piel,
sino el amor que hay dentro de cada uno.
Un corazón que a cada hombre le llame hermano,
Y que crea en la ciudad que no conoce las fronteras,
Porque su nombre es universo, amistad, amor, Dios.
¡ Padre Santo! Cuida a nuestros jóvenes.
Amen |
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ORACIÓN POR LA PATRIA
Jesucristo, Señor de la historia, te necesitamos.
Nos sentimos heridos y agobiados.
Precisamos tu alivio y fortaleza.
Queremos ser nación,
una nación cuya identidad
sea la pasión por la verdad
y el compromiso por el bien común.
Danos la valentía de la libertad
de los hijos de Dios
para amar a todos sin excluir a nadie,
privilegiando a los pobres
y perdonando a los que nos ofenden,
aborreciendo el odio y construyendo la paz.
Concédenos la sabiduría del diálogo
y la alegría de la esperanza que no defrauda.
Tú nos convocas. Aquí estamos, Señor,
cercanos a María, que desde Luján nos dice:
¡Argentina! ¡Canta y camina!
Jesucristo, Señor de la historia, te necesitamos.
Amén. |
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Oracion por la familia
Haz, Señor, que en nuestra casa, cuando se hable, siempre nos miremos a los ojos y busquemos crecer juntos; que nadie esté sólo, ni en la indiferencia o el aburrimiento; que los problemas de los otros no sean desconocidos o ignorados, que pueda entrar quien tiene necesidad y sea bienvenido.
Señor, que en nuestra casa sea importante el trabajo, pero no más importante que la alegría; que la comida sea el momento de alegría y de conversación; que el descanso sea paz del corazón y del cuerpo; que la riqueza mayor sea estar juntos.
Señor, que en nuestra casa el más débil sea el centro de la atención; que el más pequeño y el más viejo sean los más queridos; que el mañana no nos dé miedo, porque Dios siempre está cerca; que cada gesto esté lleno de significado; que te demos gracias por todo lo que la vida nos ofrece y tu amor nos da.
Señor, que nuestra casa sea el lugar de acogida como la casa de Marta, María y Lázaro en Betania.
Amén. |
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